Desde la antigüedad se sabía que las personas que se mantenían activos físicamente a través del deporte o trabajo, disfrutaban de más salud que los que eran inactivos que presentaban mayor número de enfermedades. Esto, llevados nuestro tiempo de principios del siglo XX, es preocupante porque la humanidad, especialmente en los países desarrollados, se va apartando cada vez más del esfuerzo físico dadas las comodidades que la tecnología moderna aporta a los modos de vida actuales.
En España existe un proverbio muy antiguo que decía “si quieres vivir muchos años: poco plato y mucho zapato”. Esto es indicativo de que la actividad física produce múltiples beneficios sobre los órganos que rigen nuestro cuerpo. Hoy sabemos que estos beneficios son extensibles al sistema inmunológico, lo que no se ha sabido hasta muy recientemente sencillamente porque no se sabía de la existencia de este mecanismo de defensa que hemos empezado conocer aceptablemente ya en el siglo XX.
Para estudiar los posibles efectos beneficiosos de la actividad física sobre el sistema inmunológico se han realizado miles de trabajos analizando el efecto de diferentes modalidades e intensidades de actividad física en personas de diferentes edades y circunstancias.
La evaluación de la actividad física sobre el sistema inmunológico se suele hacer bajo dos modalidades. Una es analizando el impacto de la actividad física sobre las defensas comparando las modificaciones que sobre las mismas se producen durante y después de la realización de un determinada tabla de ejercicio, en comparación con los valores previos a su inicio.
La otra es analizando el sistema inmune en personas que realizan de manera diaria y regular ejercicio, y comparando los resultados con los obtenidos en personas que no realizan deporte alguno.
En ambos casos, el estudio del sistema inmune, se suele hacer analizando el número de células inmunocompetentes circulantes, su grado de respuesta tras su activación con nitrógenos, su actividad funcional, los niveles de citocinas y de anticuerpos producidos.
¿De qué protegen las defensas en los deportistas?
Y es que es llamativo que de acuerdo con los conocimientos actuales, en todas estas patologías subyace un problema de incapacidad e incompetencia inmune (infecciones) o de inflamación crónica (diabetes, hipertenso, etc.). Por ello podemos concluir que el ejercicio nos previene de las enferemdades arriba indicadas, entre otros aspectos, fortaleciendo nuestro guardián interior: el sistema inmune. Veamos cada una de estos supuestos.
Infecciones y sistema inmune.
Desde que empezó a conocerse el sistema inmune se pudo demostrar de infecciones respiratorias en personas en relación con el estado funcional de su sistema inmune.
Desde los trabajos realizados por Nieman et al. (1999) sabemos que las personas que realizan ejercicio moderado y continuo, presentan menor número de infecciones, debido a que su sistema inmune se encuentra fortalecido. Otro ejemplo que evidencia la importancia de la actividad física apoyando al sistema inmune frente a las infecciones es el hecho ampliamente demostrado de que el grado de protección de las personas cundo son vacunadas es más eficiente en individuos que realizan ejercicio en comparación con las personas de hábitos sedentarios.
Actividad Física y Tumores
Hoy ya se acepta plenamente que un fortalecimiento del sistema inmune como consecuencia de la realización de ejercicio previne la aparición de cánceres, Además contribuye apoyando las terapias inmunológicas (inmunoterapias) frente al cáncer o incluso actúa paliando los efectos colaterales de la quimioterapia y la radioterapia que como sabemos producen efectos no deseables de manera colateral.
Actividad Física inmunosenescencia.
Se ha podido demostrar que la realización de ejercicio en jóvenes retrasa el proceso de inmunosenescencia produciendo beneficios clínicos como se observa por la reducción de enfermedades infecciosas en esas personas en comparación con aquellas otras que tienen hábitos de vida sedentarios. Incluso en las personas mayores que realizan deporte tiene también efecto antinflamatorios que hace que el envejecimiento de su sistema inmune no sea tan severo como en las personas con hábitos sedentarios.
¿Cómo beneficia el ejercicio al sistema inmune?
El ejercicio posee un efecto beneficioso sobre la salud y consecuentemente sobre el sistema inmune de las personas que lo practican. Esto se manifiesta por la activación del metabolismo de las grasas, acción antioxidante y de neutralización del estrés que tanto perjudica al sistema inmune.
Además la actividad física moderada ejerce una acción directa sobre el sistema inmune beneficiando su capacidad defensiva al inducir un aumento tanto de la producción de células inmunocompetentes como de su movilidad por el torrente sanguíneo, favoreciendo además su activación, mayor produciendo de anticuerpos y de citocinas predominantemente de tipo antinflamatorio. Veamos cada una de estas posibilidades en detalle:
Activación del metabolismo.
El ejercicio ejerce un fuerte impacto sobre el metabolismo afectando significativamente al catabolismo de las grasas para obtener la energía tan necesaria para los músculos en movimiento. Esto hace que por ejemplo desciendan los niveles de grasa en el cuerpo y mejoren las condiciones de trabajo del sistema inmune, al igual que ocurre con el corazón y otros órganos. Esta acción frente a la obesidad evita los efectos pro-inflamatorios que hubiesen sido producidos por las citocinas y leptinas segregadas por los adipocitos de los panículos grasos, ahora desaparecidos como consecuencia de la actividad física.
Efecto antioxidante.
Hemos de indicar que el ejercicio cuando es de tipo moderado, no extenuante, tiene un claro efecto facilitador de la producción de enzimas colaboradoras en los procesos antioxidantes intracelulares del organismo y muy especialmente en las células inmunitarias, como neutrófilos y macrófagos. Esto es importante porque los propios neutrófilos, monocitos y macrófagos son altamente productores de radicales libres pero que debido a sus efectos tóxicos dañaría a las propias células que los producen e incluso a otras celulasas inmunes..
Una tasa alta de producción de radicales libres, está asociada con la obesidad por lo que es de destacar que si ésta disminuye con el ejercicio, dejaran de perjudicar los radicales libres ya no producidos por la grasa ya desaparecida o disminuida.
Induciendo la liberación de ciertas hormonas
Las hormonas igual que regulan crecimiento o la reproducción actúan también modulando las acciones del sistema inmunológico puesto que los órganos más importantes del sistema inmune como el timo, bazo ganglios linfáticos e incuso las células inmunocompetentes poseen receptores para muchas hormonas.
Como la actividad deportiva va asociada a cambios endocrinos importantes y algunos de ellos afectan al sistema inmune. Este es al caso de los efectos beneficiosos del ejercicio sobre el sistema inmune debido a la adrenalina y hormona de crecimiento (HG). Los niveles de estas hormonas aumentan como consecuencia del ejercicio y de acuerdo con lo que hoy sabemos tienen efectos beneficiosos sobre el sistema inmune.
Además la actividad física moderada induce la producción de pequeñas cantidades de cortisol bloquea la inflamación sin poner en peligro la capacidad defensiva del sistema inmune, al no afectar por ejemplo a la fagocitosis y otras funciones esenciales del mismo. De esta manera el cortisol liberado puede intervenir disminuyendo el riego de sufrir enfermedades de base inflamatoria como infartos, artrosis, alzhéimer, párkinson, ciertos tumores, diabetes, etc.
Por lo que se refiere a la hormona de crecimiento sabemos que estimula la secreción de IL-12, que tiene entre otras funciones la facilitar la activación de células Inmunocompetentes, al mismo tiempo que actúa protegiendo el proceso de formación de linfocitos T en el timo. Este efecto del ejercicio induciendo la secreción de GH es mayor en personas jóvenes que en mayores y que en personas obesas; se mantiene durante varias horas después de finalizar el ejercicio; no depende del sexo y existe una relación lineal entre la magnitud del ejercicio y el aumento de los niveles de GH.
Modulando al SNC y neutralizando el estrés psicológico
Desde hace mucho tiempo se ha intuido la unión funcional entre sistemas nervioso, endocrino e inmune hoy ya plenamente demostrado. Hoy se sabe que el sistema nervioso central (SNC) influenciado por el ejercicio desempeña un papel importante en la regulación del sistema inmune bien de manera directa o bien a través de intermediarios hormonales.
Sabemos cómo durante y después de realizar ejercicio físico, o incluso tras una sesión de masajes o cuando escuchamos música que nos agrada, el cerebro produce endorfinas, sustancias naturales con poder analgésico y en muchos casos responsables de sensaciones de alivio, calma y bienestar y que influyen en el sistema inmune, especialmente en aquellas personas bajo la “losa” del estrés que pronto representará una de las mayores pandemias de la humanidad.
Efectivamente, el ejercicio moderado modifica el perfil hormonal existente en las personas bajo estrés psíquico facilitando la función del sistema inmune al bloquear el “freno” hormonal neuro-endocrino derivado del estrés. En concreto se observa que el ejercicio induce un descenso de los niveles de cortisol que elevados por el estrés estaban bloqueando al sistema inmune.
Ahora bien ¿Cómo el ejercicio hace descender las hormonas de estrés? No se sabe a ciencia cierta pero con mucha probabilidad en ello intervienen un aumento de la producción por la glándula pituitaria y por el hipotálamo de endorfinas, también conocidas como hormonas de la felicidad u hormonas de la alegría.
Estas endorfinas producidas como consecuencia del ejercicio disminuyen el estrés crónico, al neutralizar los inductores de estrés a nivel cerebral y del hipotálamo con lo cual se bloquea la secreción de, cortisol y adrenalina.
Lo fascinante de esta conexión entre sistema inmune, sistema endocrino y sistema nervioso es el hecho de un mismo estímulo pueda tener efectos sobre estas tres ramas interdependientes que se lleva a cabo a través de un timidísimo engranaje que parece funcionar a la perfección.
Linfocitos y macrófagos poseen receptores de catecolaminas y glucocorticoides lo que explica que puedan ser inhibidos por las hormonas de estrés de manera directamente y sin otros intermediarios. Así la presencia de glucocorticoides en cultivos de macrófagos produce una inhibición de las funciones microbicidas, producción de oxígeno (SRO) y especies reactivas al nitrógeno (NRS).
Activa la expansión de células inmunocompetentes.
Un aspecto importante es el efecto del ejercicio aumentando el volumen de los capilares y la frecuencia cardíaca bombeando más sangre a todo el cuerpo con lo que propicia la expansión por todo el organismo a través de la sangre y linfa de las células inmunocompetentes. Además esto hace que salgan muchas células inmunes de ganglios despegándose de las paredes vasculares (endotelios) donde se encuentran adheridas en situación de reposo.
Esta nueva dinámica sanguínea y linfática hace que durante la realización de ejercicio moderado se produce un considerable aumento de la concentración en sangre de células inmunocompetentes. Todo esto hace que se potencie la acción inmu-vigilante de las células del sistema inmune, al aumentar su movilidad y por tanto tener más fácil acceso a microbios presentes en el torrente sanguíneo o en los tejidos.
Este fenómeno ha sido ampliamente demostrado por muchos investigadores de esta ciencia del deporte. Nosotros tuvimos la oportunidad también d estudiar este fenómeno referido a linfocitos en un ensayo de en bicicleta estática a intensidad media (200w de potencia) de una hora de duración. Observamos que se produce un aumento de linfocitos totales, CD3 durante el desarrollo del mismo (en la figura 30 m (d)) que desciende trascurridos 15 minutos después de su terminación (en la figura 15 m (t)) para llegar a los niveles basales.
Un modelo del perfil de cambios durante y después de una sesión de actividad física en el que se observa un ascenso de los niveles en sangre de linfocitos.
Así mismo este mismo fenómeno ha sido demostrado para células NK. Por ejemplo en el trabajo de Klaurlund et al. (1993) podemos observar el comportamiento de estas células NK y de linfocitos B tras la realización de un protocolo de ejercicio de larga duración (60 minutos) en laboratorio (bicicleta) a una intensidad del 75% del consumo máximo de oxigeno VO2 máx., lo que podemos clasificar como intensidad media-alta. En concreto se observa que las células NK aumentan durante la realización de ese ejercicio físico para descender a las 2 horas de su terminación.
Cuando se estudia la dinámica de linfocitos B se observa un fenómeno equivalente a los linfocitos y células NK. Se produce igualmente un aumento de sus niveles durante el ejercicio, aunque de menor magnitud que las NK, y un descenso terminado el mismo.
El hecho de aumentar el número de las células inmunocompetentes durante una sesión de ejercicio es lo que nos indica que éste debe de practicarse a diario al objeto de que estas mejoras puedan irse superponiendo cada día y así alcanzar un “plateau” de mejoras inmunológicas constantes.
Facilita la activación a de las células inmunocompetentes.
El ejercicio produce también cambios funcionales de las células inmuno-competentes en dos aspectos. Haciendo que estas células sean más sensibles aumentando sus capacidades secretoras de linfocinas (linfocitos T colaboradores), produciendo más anticuerpos (linfocitos B), aumentando su capacidad citotóxicas (linfocitos T citotóxicos y células NK) y facilitando la fagocítica (macrófagos y neutrófilos).
De igual manera ha sido demostrad por Nieman (Niman et al , 2008) en estudios llevados a cabo en hombres y mujeres senescentes que han realizado ejercicio moderado durante 6 meses (3 sesiones de 45 min a la semana), muestra una mejoría significativa de la funcionalidad de linfocitos y células NK.
Nagao et al. (2000) observaron que el comportamiento de la citotóxica y las células NK durante la realización y recuperación de un ejercicio físico en laboratorio con bicicleta de 30 minutos de duración a una intensidad del 60%.
La citotoxicidad por parte de linfocito T citotóxicos aumenta de forma significativa, inmediatamente después del inicio ejercicio, durante el proceso de recuperación se observa un descenso progresivo de dicho porcentaje hasta niveles inferiores al reposo, ya antes de los 20 minutos de duración de la prueba y observándose como a partir de los 30 minutos comienza una progresiva recuperación de los niveles mínimos alcanzados, sin llegar a recuperar a los 60 minutos los niveles iniciales.
La citotoxicidad dependiente de células NK sigue la misma dinámica aumentando inmediatamente después del inicio del ejercicio para después disminuir tras el mismo.
La capacidad fagocítica por neutrófilos, monocitos y macrófagos también aumenta durante el ejercicio y en las horas posteriores al mismo. Esto hace que estas células produzcan importantes cantidades de IL-6 con función antiinflamatoria, al no ir asociada a la secreción de IL-1 ni TNF alfa, que son pura “dinamita para el organismo”. En la sepsis no ocurre igual porque la IL-6 va acompañada de altos niveles de IL-1 y TNF- alfa.
Además, la Il-6 interviene activando la producción de inmunoglobulinas al facilitar la diferenciación de linfocitos B. Esto explica el aumento de IgA, antes mencionado, que se produce durante el ejercicio y que incluso se mantiene durante semanas después de terminado el mimo. También durante el ejercicio moderado esta citocina es secretada por el músculo, probablemente por linfocitos y macrofágicos existentes en el mismo y que se activan como consecuencia del proceso de contracción muscular.
La inmunoglobulina de tipo IgA también aumenta con el ejercicio, tanto en la sangre como en mucosas, lo que es indicativo de una mayor capacidad funcional de los linfocitos B y de las células plasmáticas derivadas de los mismos.
Resumen
El ejercicio de mediana intensidad, en torno a 50 -60 VO2max., practicado de manera regular fortalece al sistema inmune por partida doble. Por un lado actúa directamente sobre las células inmunocompetentes a través de intermediarios químicos (hormonas, citocinas, etc.) y también facilitando que la circulación sanguínea lleve estas por todo el organismo. Por otro, el sistema inmune se beneficia de las mejores condiciones de salud creadas como consecuencia de la actividad física realizada (disminución del grado de estrés psicológicos, control de la obesidad, etc.) al igual que lo hace el corazón y otros órganos.
Este fortalecimiento del sistema inmune nos protege frente a infecciones, tumores, evitando muchas enfermedades crónicas y retrasando su envejecimiento en los mayores.
En definitiva podemos decir que el ejercicio físico moderado beneficia y fortalece al sistema inmune en todas las edades, pero especialmente en las personas jóvenes y en los mayores. En los jóvenes, no sólo por los beneficios que produce al organismo, sino también porque evita los perjuicios de la obesidad, que tan peligrosamente se está extendiendo entre la juventud, y que sin duda afecta negativamente a todas las funciones del organismo, incluidas las del sistema inmune. En las personas mayores al ser más vulnerables a infecciones, su beneficio es evidente protegiéndolos de dichos males, sobre todo cuando son de tipo viral. De ahí que se diga que el “ejercicio es una de las mejores medicinas para las personas mayores”, debido a su capacidad de fortalecer las defensas, en muchos casos gastadas y deterioradas por la edad.